Algo en lo que todos estamos de acuerdo es en el aporte de la lectura en la vida de los seres humanos. Cuando somos adultos, solemos sumergirnos en los libros de manera recreativa, persiguiendo a un escritor o escritora que nos ha cautivado con su prosa, adentrándonos de manera libre en temáticas como la poesía, el misterio o el romance, entre otros. Sin embargo, cuando éramos pequeños, la mayoría de lecturas eran las seleccionadas por adultos, ya sea en nuestra escuela o en nuestro hogar.
A quienes lean esta columna, tómense unos minutos para recordar un libro que los haya marcado durante su infancia. ¿Fue un regalo?, ¿un descubrimiento en la biblioteca familiar o de la escuela?, ¿cómo llegó a sus manos?, ¿de qué trataba?, ¿por qué les gustó y cómo los hacía sentir? Seguramente muchos de sus recuerdos vayan acompañados por la nostalgia de tiempos pasados y por la carga emotiva que esas historias representaron en ese entonces.
Los adultos, ya sea desde la escuela o el hogar, tenemos la gran responsabilidad de crear experiencias positivas y, en lo posible, memorables de lectura en niñas, niños y adolescentes. Una forma de hacerlo, además de la selección adecuada del libro o las estrategias que usemos, es tener clara nuestra posición como adultos mediadores de lectura.
Daniel Pennac mencionaba en su libro “Como una novela” que el verbo leer no tolera el imperativo, es una aversión que comparte con otros verbos como amar o soñar. Es decir, no podemos obligar a que alguien nos ame como nosotros amamos, o que alguien tenga los mismos sueños que nosotros tenemos. De igual forma el acercamiento a la lectura debería fluir de manera libre.
A veces, en el afán de cumplir objetivos curriculares o desarrollar habilidades lectoras para las etapas de infancia y adolescencia, olvidamos el aspecto emotivo de la lectura y lo importante que es tenerlo en cuenta para que la experiencia de lectura sea autónoma, competente y, sobre todo, agradable.
Sea en el hogar o en el aula, el ambiente que rodea a la lectura debe ser de respeto a intereses o ritmos, de escucha a opiniones y de contención o comprensión de emociones e, inclusive, debe dejar un espacio al silencio.
María Emilia López, pedagoga y especialista argentina en primera infancia, menciona un término maravilloso: “Lecturar”, la mezcla perfecta entre las palabras leer y amar. “Lecturar” es más que leer o dar de leer, es acompañar amorosamente a la infancia desde el respeto y el compromiso en su conquista del mundo de las palabras.
Por eso, intentemos “lecturar” siempre.