A medida que el mundo vuelve a arrancar vemos que la globalización no terminó; se redefinió. Analicemos los valores que marcarán a futuro. Seguimos consumiendo móviles ensamblados en Taiwán, autos producidos en Xinjiang (China) y vino recolectado en Stellenbosch (Sudáfrica), y esto es solo la muestra. En noviembre de 2020, el intercambio de bienes global había recuperado su volumen a niveles prepandemia, según datos del CPB World Trade Monitor. La Organización Internacional de Comercio anticipa que, para finales de este año, habrá crecido otro 6,6 por ciento.
Sin embargo, la dinámica para abastecer el mercado global sí está cambiando. Lo anticiparon Steven Altman y Phillip Bastian en la Harvard Business Review hace unos meses: “El negocio global no desaparece pero sí cambia su paisaje. Y eso conlleva implicaciones que deberemos tener en cuenta desde el lado de la estrategia y la gestión”.
Antes, el modelo de globalización se manejaba por una simple regla: el menor coste posible de producción y la mayor rentabilidad. La actividad comercial a nivel global cayó más allá de un 10 por ciento, según datos del Fondo Monetario Internacional. Y si bien esta pérdida no es muy distinta a lo sucedido en 2009, cuando el mundo sufrió el peor impacto de la crisis financiera originada por los subprime, el presente nos anticipa que la globalización que llega es muy distinta.
Actualmente, las organizaciones focalizan las inversiones en ampliar y reorganizar sus bases tecnológicas y de inventario. Sin embargo, más allá de los aspectos técnicos, el rediseño que estamos viendo responde también a un nuevo set de valores para definir la reubicación de los puntos neurálgicos de la cadena.
Entonces, si lo que definía la configuración y la extensión de la cadena de valor era el coste, la batalla contra la COVID-19 obligó a re ponderar, justamente, esa valoración, enseñó a estimar además lo importante que es producir en un destino que garantice la libertad y las reglas de juego transparentes (democracias preferibles a dictaduras), que no solo declare sino que ejerza el respeto por el entorno (sustentabilidad) y que sea lo suficientemente atractivo para seducir al talento que hoy es global. La sustentabilidad, la accesibilidad y el nivel de talento se convirtieron, así, en factores tan o más importantes que el costo a la hora de diseñar nuestra nueva cadena de valor global.
Como organizaciones o consumidores, la pandemia nos llevó a cuestionar la sustentabilidad del modelo de vida que llevábamos. Ya no estamos dispuestos a sacrificar nuestra existencia por factores que no respondan a nuestro propio conjunto de valores. Finalmente, el capital, que desde sus inicios aprecia la rentabilidad que genera una fuerza laboral innovadora, se comienza a alejar de la promesa del bajo costo, priorizando que de la mano de la tecnología tiene hoy la libertad de rediseñar y adaptar cadenas productivas alrededor del mundo.
La coyuntura sanitaria derribó los últimos prejuicios que quedaban acerca del compromiso y la productividad.
La globalización tras la COVID-19 desafía a reordenar el set de valores que puede convertir a las organizaciones en un eslabón valioso de la nueva cadena. En ese sentido, la cercanía al conocimiento, la libertad y las garantías de las reglas de juego y de la sustentabilidad son las claves por seguir.
Esta mentalidad deberá guiarnos también como líderes a la hora de diseñar los modelos de negocios que seguirán nuestras organizaciones en un futuro que ya comienza a ser presente.