Análisis
Por: @estaciondaniel
El teletrabajo no es nada nuevo. Desde 1970 se viene hablando de la posibilidad de trabajar a distancia con el apoyo de las telecomunicaciones, posibilidad que en los últimos 10 años ha tomado una dimensión diferente con el uso de los computadores, pero sobre todo con el ingreso del internet en su expresión más ancha de banda.
En agosto de este año el propio MinTic aseguró que en Colombia ya son cerca de 47 mil los trabajadores que se conectan de manera remota y desarrollan su trabajo sin importar si están lejos de sus puestos de trabajo, en una visita familiar o frente a una playa en las Bahamas. Al final lo importante es cumplir con los objetivos previstos, y de esto hay casos de éxito nacionales e internacionales.
La cifra no suena mal, pero es baja si se compara con la fuerza laboral de 20 millones de personas que existe en Colombia. Aún si solo cinco millones de estas personas pudieran teletrabajar, estamos hablando que el porcentaje de teletrabajadores no llega ni al uno por ciento.
Lo curioso es que de manera simultánea, 23 millones de colombianos acceden a redes sociales cada mes, cerca de 25 millones están conectadas y el país duplicó su conectividad submarina, pues hay una inmensa demanda. Ya estamos en la era 4G, tenemos teléfonos, tabletas, laptops y hasta relojes capaces de hacer conferencias, editar y enviar archivos, realizar operaciones complejas y mantenernos activos hasta en los momentos en que no queremos estarlo.
Así las cosas la duda que surge es ¿qué hace falta para que el teletrabajo aumente su adopción y dejemos de perder entre 45 minutos y dos horas diarias en el transporte público, reduzcamos el estrés, mejoremos los indicadores ambientales, fortalezcamos la calidad de vida, reduzcamos costos, entre otros beneficios relacionados con el teletrabajo?
Todo apunta a que es un tema de cambio de cultura de trabajo, de superar el temor gerencial de pagarle a alguien que no está cumpliendo su horario, ‘calentando su puesto’, cuando parece más relevante que haga su trabajo, cualquiera que sea, y lo haga bien, en los tiempos estimados y con los recursos disponibles.
El temor persiste incluso cuando es más barato para el empleador tener una persona afuera trabajando que un puesto de escritorio, pues el costo de propiedad puede reducir los indicadores de inversión de una oficina mes a mes en más de 50 por ciento.
Ya está la voluntad del Gobierno. Las grande multinacionales, sobre todo aquellas relacionadas con el sector TIC, también se están sumando. Y luego se suman algunos emprendedores, innovadores y organizaciones que han visto en la flexibilidad del teletrabajo la mejor manera de globalizar y hacer triunfar sus negocios.
Pareciera necesario llegar a beneficios tributarios para los que adopten el teletrabajo, como si no fuera suficiente el beneficio per se. Sin embargo todos los esfuerzos parecen pocos para llevar esta buena práctica de la teoría del bienestar a la transformación de las industrias con alcances para el sector privado, el público y para el ciudadano de a pie, que en una ciudad tomada por la innovación y el teletrabajo, encontrará una mejor calidad de vida para todos.