El anunciado fin del mundo tiene su correlato en las arenas virtuales. Especialistas, analistas y “opinólogos” señalan que la World Wide Web no será una plataforma que vivirá por siempre y que la llegada del ocaso no estaría tan lejos en el tiempo. En esta nota proponemos un repaso en torno a estas miradas que, lejos del pesimismo, hablan de una evolución y nuevo rostro de la Web tal como la conocemos.
Los anuncios del fin de mundo son bien conocidos. Transitamos el cambio de siglo con la sospecha de que cada rincón de la Tierra podría, potencialmente, volar por los aires. Aquello no ocurrió, aunque las promesas apocalípticas se renovaron: el adiós se celebraría en 2012. Tampoco. Nuevas interpretaciones insistirán con el fin de los tiempos y otras dirán que el ocaso se encuentra en pleno despliegue. Para los agoreros, basta contemplar algunos de los signos menos alentadores de la humanidad, como la contaminación ambiental y las crecientes catástrofes naturales.
Aquella mirada pesimista no se agota en lo tangible del mundo. Hay quienes hablan del fin del mundo Web, correlato digital de nuestra experiencia en el planeta Tierra.
Un anuncio reciente nos conduce a una reflexión tan inevitable como repetida a lo largo de los siglos: nada (o casi nada) dura para siempre. ¿Cuál es aquella noticia?: Microsoft ha decidido quitarse de encima la marca Internet Explorer. El clásico nombre de su navegador Web será reemplazado por una nueva denominación, cuando Windows 10 llegue al mercado con la presencia del browser que al momento conocemos bajo el nombre clave “Project Spartan”. ¿Alguien imaginó que Internet Explorer podría desaparecer para siempre? Acaso muchos cuando este navegador se vio eclipsado por la pisada de Chrome, aunque muy pocos cuando éste era el medio preferido para navegar los senderos de la Web.
En esta misma línea, hoy nos parece natural la ausencia de MySpace o Napster. Ahora bien, ¿cuántos son hoy los que imaginan que Facebook o Twitter desaparecerán en las próximas décadas? Más allá de algunas voces agoreras que hablan de un estancamiento de ambas redes y del agotamiento por parte de sus usuarios, lo cierto es que resulta complejo imaginar un mundo Web carente de aquellas plataformas, al menos en los próximos años.
No obstante, no es descabellado sospechar que Twitter, Facebook e incluso la mismísima Google desaparecerán en algún momento. Siguiendo el rumor de algunas voces, estos gigantes de la Web no desaparecerían por su propia cuenta, sino que serían arrastrados por una ola de mayores dimensiones. ¡Sería la propia Web la que desaparecería en favor de otra (u otras) plataformas!
El crepúsculo de la Web
Uno de los padres de la Web, el estadounidense Vinton Cerf, no duda en hablar del fin de los tiempos para la criatura que él mismo creó junto con otros patriarcas de la plataforma. Tal como cuenta esta nota publicada en el diario La Nación refiriendo a la “era oscura de Internet”, Cerf hace referencia a la putrefacción de los bits. Echemos algo de luz. La pérdida será, según dice, irremediable por una razón de simple lectura: los softwares que empleamos para acceder al contenido serán prontamente obsoletos, imposibles de correr en el futuro.
Un ejemplo concreto: ¿Cómo se las arreglará un hombre del año 3000 para acceder a un documento de PowerPoint 1997? Otro: ¿Cómo podrá aquel ser del futuro ver una imagen en JPG, un formato que tampoco vivirá por siempre y que será prehistórico para ellos? Según cuenta el mencionado artículo, una eventual solución al dilema serían los emuladores de hardware, la conservación de los sistemas operativos y la constante actualización de los formatos, sin dejar ninguno caer en el abismo. Esta disciplina es, admitamos, algo improbable si pretende abarcar cada uno de los S.O y cada uno de los formatos circulantes. “Estamos tirando todos nuestros datos despreocupadamente a un agujero negro sin darnos cuenta”, aseveró Cerf.
Además de la desactualización de los sistemas operativos y de la paulatina desaparición de los formatos de los archivos, será inevitable el desuso de muchas tecnologías por un simple hecho: la vida de muchas de ellas dependen de la buena salud de las compañías (¿qué pasará con Windows si Microsoft cayera en banca rota?) y, es sabido, las empresas tampoco son inmortales.
Futurología: ¿Muerte, evolución o mudanza?
“Dentro de unos años Internet no se va a parecer nada a esto que conocemos”, afirma el responsable de un sitio web que promete mostrarnos aquellas verdades que desconocemos. “Un medio que nació para la libertad humana, se volverá su máximo represor”, afirma, pesimista, en este video de poco más de doce minutos de duración:
Otros analistas hablan, más que de la desaparición de Internet o de la transformación de aquel medio en un canal cuasi represivo en el cual las grandes compañías y gobiernos vigilarán a los usuarios; de una mutación de la plataforma. A fin de cuentas, no se tratará de un asunto novedoso. Tal como afirmó Esteban Podeti en su blog (http://weblogs.clarin.com/podeti/), la irrupción de las redes sociales ya alteró al mundo Web tal como lo conocíamos antes. El bloguero dijo: “Facebook es como un Internet más chiquito. Así, elfacebooknauta actual no se ‘lanza’ a nada, sino que le ponen a él cosas en su coso. Es como un Internet con Delivery”.
Por otra parte, resulta imprescindible contemplar la actualidad y la promesa de un mercado cada vez menos alejado de los escritorios. La Web acaso no vaya a morir, sino que se instalará en un nuevo espacio. En el marco del despliegue del denominado “Internet de las cosas”, la navegación no será una actividad que nos pondrá frente a un pantalla, sino ante los objetos del mundo real. Aquella es la esperanza de supervivencia: Internet seguirá latiendo, aunque será difícil saber desde dónde provendrá el tic-tac de su corazón. La percibiremos de un modo similar al que hoy percibimos la corriente eléctrica. No nos conectaremos a Internet, ya estaremos conectados.
En 2012, cuando aún no había acontecido el despliegue de la domótica y el IoT, en la publicación Wired publicaban un artículo que levantó polvareda titulado “La Web ha muerto, larga vida a Internet”. Allí se afirmó que Internet ya no es la principal plataforma de uso, protagonismo que había sido absorbido por las aplicaciones específicas. En tanto, la reflexión apunta, una vez más, a una mutación y mudanza: los navegadores web comienzan a ser obsoletos, siendo las apps las vías más elegidas para diversas tareas. Por ejemplo, los videos son vistos cada vez menos a través del browser, sino mediante la app de YouTube. Lo mismo con los correos y demás contenidos.
Ahora bien, ¿la muerte de los navegadores web se traduce necesariamente en la muerte de la propia Web? El debate vuelve a un mismo punto y se torna cíclico: con cada nueva tendencia, la Web muta y se acomoda en nuevos espacios. La mayor alarma llega por boca de Cerf, antes repasada: ¿Somos conscientes de la vida útil de aquel espacio en el cual volcamos contenido y conocimiento? Afortunadamente, los procesos de obsolescencia suelen ser graduales y, en aquella parsimonia, vive la esperanza de estar siempre actualizados y que, en tanto, la Web no vaya simplemente al abismo, sino a un nuevo espacio de desarrollo.